martes, 2 de junio de 2009

Ensayo final

El profesor en el imaginario social de la escuela inclusiva
La educación como fuente de respeto a la diversidad
Resumen
Este texto es una reflexión sobre el nuevo papel que tiene el profesor en el imaginario de una sociedad caracterizada por la amplia diversidad de culturas que en ella convergen y, que en el ambiente educativo tiende a generar exclusión. De manera general, se describen los retos a los que el profesor se enfrenta en esta época de gran movilidad social y cultural, puntualizando aquellos aspectos que, como actor principal en el proceso de enseñanza, debe desarrollar para cumplir con las expectativas de una sociedad en continuo movimiento.

Introducción

Actualmente la sociedad se caracteriza por cambios tan continuos en todas sus dimensiones que casi son imperceptibles y que han generado fenómenos como la multiculturalidad, que se ha venido manifestando con mayor fuerza, principalmente por los efectos de la apertura de fronteras. La multiculturalidad entendida como la convergencia de culturas ha impactado en el ámbito de la educación, originando la necesidad de crear espacios educativos de integración e inclusión. Así surge el concepto de escuela inclusiva, cuyo origen son los programas de Educación Especial y que tiene el propósito de aprovechar la diversidad cultural en la escuela para aplicarla en la generación de conocimientos más enriquecedores. Parte esencial de la escuela inclusiva y del éxito que ésta tenga en la conformación de espacios libres de exclusión, es la función que desempeña el profesor, quien a lo largo del tiempo ha asumido roles fundamentales para la sociedad, desde formador de ciudadanos en un marco cultural determinado, hasta mediador e integrador de ambientes escolares multiculturales. La sociedad sigue cambiando y el profesor debe adaptarse al cambio innovando sus prácticas pedagógicas en aras de construir un modelo de educación que alcance a todos y que redunde en el bienestar de la sociedad.

De la universalidad a la interculturalidad de la escuela inclusiva

La universalidad de los derechos humanos procura el respeto a las diferencias de raza, etnia, condición social, religión… al tiempo que legitima a todos los seres humanos como libres e iguales en dignidad y derechos. A pesar de que la declaración de los derechos humanos fue proclamada en 1948, el mundo ha visto durante décadas actos de discriminación que claramente contravienen sus principios. Afortunadamente, la no aceptabilidad de los principios de igualdad ha ido desapareciendo gradualmente; ahora, cada vez más personas se sienten en libertad de exhibir sus diferencias creando un entorno más plural.
Tal como la define el antropólogo inglés Edward Burnet Tylor, la cultura es un conjunto complejo de conocimiento, creencias, arte, moral, derecho, costumbre y cualquier otra capacidad o hábito adquirido por el hombre en cuanto miembro de la sociedad (Giménez, 2005). La cultura es una característica variable del individuo y de las sociedades de la cual no pueden desprenderse. Es este carácter de variabilidad el que ha quedado sobreexpuesto por los cambios originados en la globalización, que entre otros efectos, ha enfatizado las diferencias económicas, sociales y culturales de los individuos. La apertura de fronteras, el uso de las nuevas tecnologías y el auge de los medios de comunicación masiva son factores que han acentuado el pluralismo cultural. A este fenómeno, caracterizado por la aceptación y el reconocimiento de las diferencias individuales que coinciden en un mismo espacio se le conoce como multiculturalidad.
El proceso educativo se desarrolla en el entorno multicultural. La escuela es, como espacio de interacción, un nicho de diversidad cultural, donde además de la adquisición de conocimientos y el desarrollo de habilidades cognitivas, tiene lugar el establecimiento de lazos de afectividad generalmente condicionados por las características individuales y el ambiente de convivencia. La escuela es un escenario de formación y consolidación de identidad tanto individual como colectiva, está inmersa en una diversidad creciente y ante esta realidad requiere ser vista con un enfoque más inclusivo que integrador, considerando que la integración exige que sea el alumno quien se adapte a una educación masiva y generalizada, mientras que la inclusión implica participación mutua entre los estudiantes, así como la reducción de su exclusión cultural, curricular y comunitaria, lo que les permite la explotación de sus talentos, condición que a su vez, aumenta la autoestima, el sentido de pertenencia al grupo y la autodeterminación (Susinos, 2002). Sin embargo la idea de la escuela inclusiva no está generalizada, el sistema de enseñanza tradicional la sobrepasa y en muchos centros educativos se sigue discriminando.
La incapacidad para incluir poblaciones de distintas culturas en las escuelas es un problema que ocasiona ausentismo, deserción escolar y bajo rendimiento académico de los alumnos. El problema se acentúa en aquellas regiones caracterizadas por su multiplicidad de culturas. Como ejemplo, un estudio realizado por especialistas de la UNAM en el estado de Guerrero en México, arroja datos contundentes: Guerrero es el séptimo estado de la República Mexicana con mayor población indígena, 463 mil 633 habitantes (más del 90% de la población originaria) que además pertenecen a cuatro grupos lingüísticos diferentes, los 105 centros de educación inicial indígena cuentan con 120 promotores bilingües, que atienden sólo al 6% de la población demandante. No es de extrañarse que, en todo el estado, el porcentaje de deserción escolar sea del 66%. La lamentable situación de Guerrero, donde entre 70 y 80 por ciento de la población no cubre las mínimas necesidades de subsistencia, es sólo una muestra de las consecuencias que acarrea la falta de inclusión en las escuelas.
Es un hecho que vivimos en un ambiente diverso, “la educación, hoy y siempre, queda afectada por la realidad de la sociedad que la envuelve” (Rivera, 2005, p. 120). Por lo tanto, la escuela no puede limitarse a seguir aplicando métodos que antaño probablemente eran viables. Hartup afirma que “los niños que son generalmente rechazados [...] los que no pueden establecer un lugar para sí mismos en la cultura del par, están seriamente en riesgo” (Herrero & Pleguezuelos, 2008, p. 945). No basta con el conocimiento implícito de la existencia de diferencias entre los miembros de la comunidad escolar, tampoco es suficiente con incluir a los desprotegidos, se debe incluir a todos. Cuando la escuela reformula sus valores, promueve el diálogo, la cooperación, el intercambio, la solidaridad y reconoce las diferencias culturales de sus miembros aprovechándola en pos de una acción pedagógica más equitativa, se convierte en una escuela inclusiva, cuya premisa fundamental es la interculturalidad, que como cualidad inherente a la educación, se caracteriza por el respeto a la diversidad étnica y cultural, el aprecio a las aportaciones de todos los grupos y la formación de valores encaminados a la comprensión, respeto y tolerancia entre sus miembros (Sánchez, s.f.). La virtud de la interculturalidad es puntualizada por la doctora María Eugenia Yadarola, en su texto Una mirada desde y hacia la educación inclusiva cuando afirma que la educación inclusiva no sólo respeta el derecho a ser diferente, sino que valora la existencia de la diversidad, ya que en el intercambio mutuo todos se enriquecen y benefician (Yadarola, 2007). El propósito de la escuela inclusiva es la aplicación pedagógica de la multiculturalidad como medio para revertir la discriminación y el apartamiento del entorno educativo. Para lograr este propósito, que sin duda mejoraría la vida social, la escuela inclusiva y la sociedad confían en la capacidad de uno de los pilares del proceso educativo: el profesor.

El profesor en la escuela inclusiva

El propósito principal de la incipiente escuela moderna de finales del siglo XIX era la difusión de contenidos, valores y normas de aspecto social encaminadas a procurar el respeto a las leyes, la lealtad por la nación y la consolidación de la democracia; mientras que los aspectos culturales o religiosos de los individuos ocupaban un segundo plano; la escuela, en calidad de socializadora, reemplazaba a la familia como fuente de valores morales y culturales universales, que se anteponían a las particularidades de cada grupo que formaba la sociedad (Tedesco, 1996). El profesor era distinguido en la sociedad como figura de indiscutible autoridad en la formación social y moral de los ciudadanos.
Con la pérdida de vigencia del propósito inicial de la escuela a raíz de la crisis de la democracia que tuvo lugar en las décadas finales del siglo XX, la cultura escolar se separa de la cultura social, cuyo dinamismo la sobrepasa. El profesor se adhiere entonces a la cultura de la institución educativa, ejerciendo una práctica docente ajena a los cambios sociales que ocurren en el exterior. Pero, la sociedad sigue necesitando la figura del profesor de antaño, tal como es descrito por Torrego & Moreno (2003):
Nos encontramos (los docentes) con un menor apoyo y un aumento de la sobre-exigencia al profesorado por parte de la sociedad, delegando en él todo tipo de responsabilidades, al tiempo que hay una clara dejación por parte de instituciones que tradicionalmente realizaban una tarea educativa importantísima, como es el caso de las familias. (p. 9).
Sin embargo, como ya se mencionó, los fenómenos sociales y económicos surgidos en la globalización, han trastocado el entorno social y en esta nueva realidad no cabe la remembranza, el profesor no puede paralizarse en ese imaginario social porque como ente autoritario e individualista su labor resultaría ineficaz hoy en día.

Existe, en general, escepticismo por la eficacia de la escuela como formadora social, “el panorama educativo está convulsionado, cruzado por una gran insatisfacción y una gran crisis, así como por numerosas propuestas e intentos de cambio, desde arriba (reformas del sistema) y desde abajo (innovaciones a nivel institucional y local)” (Torres, 1999, p. 3), aunque los esfuerzos que se hacen para contrarrestar esta situación de incapacidad puedan parecer aislados, lo cierto es que señalan los puntos de oportunidad para que la escuela retome su labor formativa, como ejemplo un estudio llevado a cabo en un colegio de España en el que se diseñó un material multimedia de carácter inclusivo con la finalidad de que fuera utilizado por todos los alumnos; uno de los resultados obtenidos confirma la eficacia de la inclusión escolar: el 100% de los alumnos participó en alguna actividad y si alguno tenía alguna dificultad, se ayudaban unos con otros. Este tipo de estudios evidencian que la escuela debe buscar formas para adaptarse al contexto social multicultural de la actualidad.
Lentamente, la escuela ha comenzado a asumir nuevamente su función socializadora acorde con la situación presente, entre otras acciones busca la integración de la familia en la responsabilidad formativa que también le compete, acercándose a la tecnología para hacer frente a la incansable movilidad de la información y del conocimiento, agregando dentro de sus directrices el reconocimiento a la diversidad cultural que es incuestionable hoy en día. En este nuevo escenario es donde el profesor tiene un amplio margen de participación.
El profesor debe guiar sus procesos de enseñanza a partir del contexto actual, ejerciendo desde la realidad con acciones educativas sustentadas en la diversidad, promoviendo valores que afiancen la tolerancia, modificando su práctica en función de los cambios sociales que se presenten, utilizando las nuevas tecnologías en la promoción de mayor participación y aprovechamiento del conocimiento. Deber ser capaz de encauzar las oportunidades que brinda el ambiente multicultural que se vive en el aula, organizando y moderando relaciones de apoyo, transformando los climas de repudio, que pudieran surgir hacia determinados grupos, en oportunidades de acción pedagógica.
Un aspecto importante que se espera del nuevo profesor es que desarrolle la capacidad para el trabajo colegiado, una práctica compleja si consideramos el grado de individualidad y protagonismo que caracteriza a muchos docentes. Uno de los indicadores del Sistema Estatal de Indicadores de la Educación 2004, en España, señala que las actividades en las que menos trabajan en equipo los profesores son la preparación de clases y la organización del material didáctico y curricular, mientras que donde hay más trabajo colaborativo es en la determinación de pautas para resolver problemas de indisciplina, estos resultados indican más una actitud correctiva que de planificación.

Un problema más que debe resolverse es la carencia de formación para la enseñanza. Los profesores suelen repetir las formas tradicionales de enseñanza que recibieron durante su etapa escolar. El problema se agrava cuando precisamente los programas de formación son ya obsoletos, tal como lo señala un profesor de educación básica en México: “Entre los problemas a los que se enfrenta el sistema de formación de profesores en México sin duda uno de los más graves, es la obsolescencia de sus planes de estudio, sobre todo en los últimos veinte años en que ha habido una gran disparidad y desfasamiento entre la currícula de las normales y los conocimientos y habilidades profesionales que requieren quienes van a laborar en educación básica”, (Moreno,1995, s.p.). En este sentido cobra importancia la intervención de la institución educativa, que debe generar espacios y otorgar recursos para que el profesor se identifique y se apropie del modelo educativo de inclusión para que desarrolle sus cualidades compartiendo e innovando en la diversidad y que consolide su papel en la escuela inclusiva. La institución educativa debe además, impulsar la participación colaborativa entre los profesores, modificar sus planes y programas para hacerlos más flexibles para que la enseñanza de las disciplinas pueda adaptarse a las necesidades del aula heterogénea y ningún alumno quede excluido.
En la Conferencia Mundial de Bonn en 2009, el Director General de la UNESCO, reiteró la importancia de los profesores, subrayando que, como personas pertenecientes a las instituciones de enseñanza y como miembros de la comunidad, necesitan recibir apoyo para llevar a cabo su tarea. La responsabilidad de formar a las nuevas generaciones no es exclusiva del profesor, sino recíproca en
la relación profesor-familia-institución. Del éxito de esta relación depende que las escuelas ofrezcan educación de calidad, en atención a la diversidad, donde se formen seres humanos conscientes, respetuosos y tolerantes de las diferencias.

Conclusión

Socialmente se espera que el profesor contribuya al desarrollo educativo de la comunidad como lazo que une escuela y familia. Esta función se torna más compleja a medida que la comunidad se diversifica. Entonces, las actitudes y capacidades del profesor en el aula deben propiciar, no sólo la integración de todos los estudiantes en esta diversidad, sino su auténtica inclusión en los procesos de enseñanza-aprendizaje. En el camino hacia la revaloración de la docencia, el profesor debe cambiar y ajustarse a los nuevos retos de la escuela inclusiva, en la medida en que acerque su práctica docente a esta realidad social caracterizada por la multiculturalidad, la sociedad será nuevamente consciente del importante papel del profesor en la educación y recobrará la confianza que, en su imaginario, deposita en él.

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